Ultimamente he estado pensando mucho en las preguntas incómodas.
Son esa clase de preguntas que de algún modo hacen que nos ruboricemos y desde que empiezan a hacernoslas estamos deseando que nunca terminen, por el mero hecho de no tenerlas que contestar.
Pero, ¿por qué son tan sumamente incómodas?.
Después de pensarlo mucho, he llegado a una conclusión, y esta vez mi conclusión llega en forma de pregunta.
¿En realidad, qué es lo que nos incomoda?, ¿la pregunta en sí o la persona que nos la cuestiona?
Desde mi punto de vista creo que la cuestión más acertada es la segunda.
Antes creía que lo que me incomodaba de una pregunta era ella misma, pero con el paso del tiempo me he dado cuenta de que no es así, ya que la misma pregunta nos puede afectar de forma diferente dependiendo de la persona que nos la plantea. Incluso si me adentro más en el tema, puedo decir que también influye el tono de voz o la cara que pone la persona al realizarnosla.
Esto último que acabo de escribir puede parecer un poco raro, pero en realidad no lo es. Nos lo encontramos diariamente en la vida cotidiana. Si la pregunta va acompañada de una cara de enfado o de un tono agresivo, sabemos de sobra que algo no va bien, por lo tanto estamos deseando no tenerla que responder. Sobre todo si sabemos que conllevará problemas.
Entonces, dejo bastante claro que la misma cuestión puede ser muy diferente según una serie de aspectos (ya sea la persona, la actitud...).
Muchas veces lo que ocurre, es que cuando se nos plantean esta clase de preguntas, buscamos librarnos de ese momento, lo que conlleva a la mentira. Pero en esta disertación no pretendo hablar de ella, por lo tanto lo dejaré a parte.
En resumen, para que todos lo entendáis. No es lo mismo que tu madre o tu padre te pregunte como vas acabar el trimestre, a que te lo pregunte un amigo.
''No hay preguntas incómodas, si no personas que nos incomodan.''
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